miércoles, 27 de julio de 2016

Capítulo 2





La información que necesitaba para aclarar aquel asunto, y sin que la sobrina de la señora Bográn se diera cuenta, la había obtenido Humberto de boca del señor que cuidaba las flores del jardín.
Antes de salir de la mansión y tomar su bicicleta, el investigador se despidió de la mujer y fue hacia el jardinero.
—Buenos días –le saludó.
—Buenos días –le contestó el hombre bajando su tijera de podar. Estaba ante un hermoso rosal de rosas rojas.
—¡Qué bien conserva el jardín! –le alabó Humberto.
—El tiempo, hijo –le contestó el hombre que andaría por los cincuenta años o más—. El tiempo le enseña a uno como hacer las cosas bien.
—¿Tiene mucho de trabajar aquí?
—Desde que era un chaval. Quizás treinta o más años. No sé, a veces le falla la memoria a uno. ¿Y usted que hace por aquí? ¿Visitando a la señora?
—Así es. Estoy haciendo un trabajo para ella y tengo que venir otra vez el jueves por la tarde.
—Ah, ya.
—Me gustaría poder hacer crecer las rosas así de hermosas –dijo acariciándole el pétalo a una rosa –mi novia seguramente me lo agradecería.
—Mmm. Las mujeres –dijo con algo de desdén.
—¿Si verdad?
—Sí. Mire uno hace crecer muy bonitas estas flores y luego ellas vienen y las cortan con una rapidez que a uno lo dejan pasmado.
—¿Así son aquí? –preguntó interesado.
—Bueno… esa señora, la sobrina de la dueña de la casa. Lo vi venir a usted con ella. ¿Son amigos?
—La acabo de conocer.
—Es una interesada.
—¿Cómo así?
—Mire. Ella vino hace un mes y no hace más que dar órdenes como si fuera la dueña de la casa. NO es como la señorita Valeria…
—¿Quién es la señorita Valeria?
—La otra sobrina de la señora. La que está aquí de lunes a miércoles y se va, con su papá el jueves por la mañana. Ella es diferente, siempre ha venido, pero esa señora… no sé, me da mala espina.
—¿Y eso?
—Como le dije, se cree la dueña de la casa. Y lo peor es que acaba de venir del extranjero. A mí no me crea, pero la cocinera me ha contado que se acaba de divorciar del marido, un gringo que parece que no la soportaba o algo así… bueno, pero a mí que me importa todo eso. Al fin y al cabo, es su vida. ¿No?
—Eso sí. Oiga ¿Me podría regalar una de estas magníficas rosas para mi novia?
—Mmm. Sólo porque me cayó usted bien le voy a dar dos. Espéreme.
Y mientras cortaba las rosas que a él le parecieron las más hermosas, comentó:
—Espero que las aprecie mucho.
—Le diré que me las regaló un amigo para que las aprecie aún más.
—Mmm. Mejor no, las mujeres son bien raras. Sólo dígale que las encontró por allí.
—Bueno. Pues gracias don…
—Lencho. Así me dicen…
—Gracias don Lencho y nos vemos el jueves por la tarde.
La tesis del detective paranormal era muy sencilla: a la señora Bográn la estaba asustando su sobrina Elisa.
Y de esos casos, a partir de ese, tuvo un montón. De hecho, la mayoría. Siempre sucede que cuando se tiene parientes ricos se les explota de alguna manera y la mejor manera es con el miedo.
El jueves, y no el viernes de esa misma semana, Humberto había llegado sin anunciarse. El jardinero al verlo tocar el timbre fue quien le abrió.
Pasó, entonces, cuando la noche ya había caído y se presentó ante la señora, pero le advirtió de inmediato:
—No le cuente a nadie, y mucho menos a su sobrina, que estoy aquí. ¿Está bien?
—¿Ni a Elisa?
—No –le había repetido con vigor—. A ella menos que a nadie. Cuando los espíritus aparecen y sienten que los están rodeando. Es decir, cuando mucha gente sabe que alguien los está siguiendo, suelen espantarse.
—¿De veras?
—Así es. No se preocupe por mí. Yo estaré vigilando, en la habitación enfrente de la suya y cuando llegue el espíritu lo atraparé. Pero, no se lo diga a nadie. ¿Está bien?
—Está bien.
—¿Y su sobrina Elisa?
—Salió, pero ya va a venir. Si quiere lo llevo hasta la habitación para que se instale.
Eran casi las diez de la noche, cuando llegó la sobrina de la señora Bográn, para entonces, Humberto ya estaba instalado en la habitación que estaba justo enfrente de la puerta del dormitorio de la señora Bográn. Tenía todo preparado: las gafas nocturnas, la lámpara, la cámara fotográfica y la cámara grabadora.

***

A las doce de la noche en punto, cuando los ojos se le estaban cerrando del sueño, y toda la casa estaba supuestamente durmiendo, vio la luz vacilante asomarse por debajo de la puerta. Había dejado ésta abierta y por una rendija tenía la visión de una línea del pasillo. Además, había verificado que al abrirla despacio no emitiera ni un tan solo chirrido. No lo hacía.
Vio, entonces, acercarse la luz por entre el pasillo, pero ningún ruido. La alfombra era gruesa y amortiguaba cualquier paso sobre ella.
Se puso en pie y abriendo un poquito más la puerta vio a la mujer acercarse a la puerta de la señora Bográn. En efecto, era Elisa, su sobrina. La mujer llevaba una linterna de pilas en la mano y una especie de grabadora en la otra. Puso la grabadora en el suelo y la encendió.
Antes de encender la reproductora apagó la linterna, pero Humberto, la podía ver, gracias a los lentes nocturnos. La vio agacharse, colocar la grabadora en el suelo y luego oprimir un botón. El ruido de cadenas surgió por los parlantes y se metió por todo el pasillo a las habitaciones que contenía. Eran, verdaderamente un audio, nítido. Daba miedo.
Humberto abrió la puerta por completo y la mujer, sumida en total oscuridad parecía escuchar con mucha atención lo que estaba sucediendo en el interior de la habitación. Además, el chirrido de las cadenas ahogaba cualquier roce.
—¡Mamá! –gritó la mujer dentro del cuarto.
De inmediato, Elisa apagó el aparato y se incorporó con el bajo el brazo. Y ya iba a echar a andar hacia su propia habitación cuando sintió que una mano se le apoyaba en la espalda.
Ahora fue ella la que pegó un espantoso grito y salió corriendo dejando caer muy cerca de sus pies la grabadora. Humberto, con una enorme sonrisa entre los labios, la vio meterse en su habitación y cerrar con fuerza la puerta.
Recogió la grabadora y la llevó hasta la habitación. Después se metió a dormir hasta el amanecer. A las cinco vio de nuevo la luz parpadear por la rendija de debajo de la puerta la cual había cerrado con doble llave. La mujer regresaba, quizás venciendo sus propios miedos, a recoger la prueba de su delito. Estuvo un buen rato dando vueltas en el mismo sitio. Alumbrando de un lado para otro sin ningún resultado.
Humberto, totalmente descansado, la mañana del viernes, bajó a desayunar en compañía de una ojerosa sobrina y una asustada señora Bográn. Al verlo llegar a la mesa, la sobrina pareció comprenderlo todo y bajó la mirada.
—Buenos días –saludó Humberto sentándose a la derecha de la dueña de la casa y justo enfrente de Elisa.
—Buenos días –saludó la señora con mal talante—. Siempre vino el fantasma –le dijo.
—Sí –aseguró el muchacho sin apartar la vista de una colorada y desvelada Elisa—. Pero lo atrapé justo cuando se quería marchar.
—¡¿De veras?! –dijo la mujer vivamente interesada.
—Así es –le aseguró Humberto—. Se lo prometí y lo he cumplido. Lo tengo en mi poder…
Elisa, en ese momento levantó la vista y se encontró con un rostro sonriente.
—¿Y cómo es? –preguntó interesada la señora Bográn.
—No lo sé muy bien –dijo el muchacho sin apartar la mirada de Elisa—, pero le aseguro que era un fantasma traicionero, ambicioso y manipulador. Ya no tendrá que preocuparse por él. Le voy a enseñar el aparato en el cual lo atrapé. Pero no podrá volver a utilizarse, porque si lo hace se autodestruirá.
—¿Es posible eso?
—Claro que sí.
—Quiero verlo ahora mismo ¿Puede traerlo? O vamos. Y subo a verlo.
—No se preocupe… yo voy por él. Ya vuelvo.
Y diciendo esto se puso de pie y buscó las gradas para subir. Detrás de él escuchó que Elisa se excusaba porque necesitaba ir a lavarse las manos pues se le había olvidado.
Cuando Humberto llegaba al último escalón de la escalera escuchó a alguien corriendo tras él, jadeando y tratando de darle alcance.
—¡Oiga! –le susurró ella.
Él hizo como que no escuchaba y fue directamente hacia la habitación donde tenía sus cosas.
—¡Espere! –volvió a escuchar sin escuchar.
Y cuando se volvía para entrar a la habitación se detenía para que ella llegara hasta él.
—¡Fue usted! –le dijo acusadoramente Elisa señalándolo con un dedo.
—¿Fui yo qué?
—El que me asustó anoche.
—Puede ser. Vi como encendía la grabadora y asustaba a su tía y pensé en darle de la misma medicina…
—Yo… —dijo poniéndose colorada hasta la rojez total.
—Y aquí tengo la prueba.
Humberto entró a la habitación y tomó la diminuta grabadora. Elisa la vio y trató de arrebatársela.
—¡Démela! –suplicó cuando Humberto se la quitó de la trayectoria de las manos.
—Tengo que mostrarle el fantasma a la señora Bográn –dijo impasible.
—¿Cuánto quiere? –preguntó la mujer desesperada.
—Lo que quiero es llevarle el fantasma que atrapé a la señora Bográn. Sólo hágase a un lado y con eso me basta.
Y completamente desesperada, la mujer, se echó a llorar y se hincó enfrente del muchacho.
—Por favor… no lo haga, por favor. Le doy lo que quiera. Sólo pídalo…
—¿Está segura que me lo dará? –dijo él impasible.
—Sí… sólo pídalo –en la voz de la mujer había algo de esperanza.
—Antes de pedirle lo que necesito quiero que me expliqué: ¿Por qué está haciendo estas cosas? ¿Por qué asustar a su propia tía?
Pareció dudar un poco antes de decir:
—Por dinero –dijo mientras un par de lágrimas resbalaban por sus irritadas mejillas—. Acabo de divorciarme… ése… con quien estaba casada me robó todo lo que tenía y yo… yo necesito volver a empezar… no tengo nada. Nada…
Además de eso, la mujer, le contó que su tía era una tacaña porque siendo multimillonaria, se había enterado, apenas le había heredado un par de millones en el testamento. Todo aquello de asustarla era para motivarla a volver a hacer otro testamento donde ella figuraría como su amiga y acompañante en los momentos difíciles. Sólo ella la habría comprendido en sus temores. Sólo ella era digna de heredarlo todo.
—Bien –dijo Humberto después de escuchar la confesión—. Le prometo que jamás le diré nada a su tía, pero el fantasma de las cadenas muere hoy. ¿Está bien?
Ella, de inmediato, asintió agradecida.
—Póngase de pie y vamos al comedor.
—Pero y…
—Le diré a su tía que el fantasma quedó atrapado en este objeto. Ella lo creerá. No se preocupe… el fantasma está muerto.
Se puso en pie, se limpió las lágrimas y Humberto añadió:
—Sé que ustedes los ricos tienen muchas artimañas y no les importa mandar matar a las personas que les estorban o conocen sus secretos. Así que sepa que, si algo me sucede a mí por este secreto, de inmediato lo sabrá la policía. Tengo mis propios recursos para hacer aparecer secretos.
La mujer pareció sentirse ofendida ante tal acusación, pero no dijo nada.
El primer caso, entonces, había sido todo un éxito en cuanto a la solución del problema, pero había sido una verdadera farsa. La señora Bográn quedó convencida totalmente de la captura del fantasma cuando Humberto le explicó que a veces la única forma de atraparlos era mediante objetos electrónicos.
—¿Pero ¿cómo sé si es cierto que está atrapado allí adentró?  –preguntó la mujer con un poco de desconfianza.
Y Humberto, para borrarle la duda había oprimido Play. El sonido de cadenas arrastrándose la convenció del todo.
Si la señora Bográn era tacaña como afirmaba su sobrina Elisa Humberto no lo notó, porque sobre sus manos colocó la invaluable cantidad de cinco mil lempiras. Una cantidad nada despreciable en aquella época y que vendría a equivaler en nuestros días a unos cincuenta mil lempiras, dos mil quinientos dólares.
Con aquella suma, Humberto, por fin podría alquilar una oficina y hasta un apartamento. Además, aquel primer caso, le dio una fama invaluable desde el punto de vista de la propaganda. La señora Bográn estuvo tan agradecida con él porque ya jamás volvió a aparecer el fantasma que le cedió un espacio en su canal de televisión para que creara un pequeño programa sobre los fenómenos sobrenaturales. Dicho programa se transmitía después de las diez de la noche los días martes y jueves y siempre, se estaba anunciando como una alternativa a los fenómenos inexplicables.
A partir de aquel primer caso su fama, como detective de lo paranormal se popularizó y en menos de tres años logró patentar sus metodologías de trabajo y fundar su propia compañía, con secretaría y todo. En poco tiempo se dio el lujo de rechazar muchos trabajos que consideraba de muy poca monta y pocas posibilidades, y se los pasaba a cualquiera de los dos empleados que trabajaban para él.
Ahora, tenía secretaría, oficina y mucho dinero ahorrado en el banco. Pero lo que más anhelaba, porque era una espina que nunca había podido sacar, era encontrarse con un caso de verdad trascendental.
Había leído tantos libros sobre los fenómenos sobrenaturales, pero jamás se había topado con una real, que hasta había comenzado a dudar de su existencia. Y por eso, eso era lo que más añoraba en la vida: encontrarse con un fenómeno paranormal de verdad.
Así que cuando, aquel domingo de marzo, la voz del teléfono le preguntó si podría encargarse de un espíritu en pena, atrapado entre las paredes de una casa de campo, y muy cerca de Tegucigalpa, le pareció oler que allí, por fin, había algo de lo que agarrarse.
“Lo he intentado todo –le confesó la voz desde el otro lado del teléfono—, pero sin resultados. Es como si mi hermana hubiera quedado atrapada en una dimensión de mucho dolor y no pudiera salirse de ella. La he visto tantas veces, no sólo en mis sueños, sino que en la casona y hasta en el bosque de detrás de la casa que…”
Aquello sonaba, por fin, a verdad. Quizás esa era la oportunidad que había estado esperando todos aquellos años: encontrarse por fin con un verdadero fenómeno paranormal.
Y como dice el dicho: no desees que las cosas sucedan porque suceden y a veces es mejor no desear tanto porque los sueños se cumplen tarde o temprano.

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